Thursday, October 11, 2012

Tailandia: Pequenio escrito ilustrado



Ahhh Tailandia. Ha sido como un viaje de sanacion, un constante masaje.

Llegar en medio de una tormenta electrica a reir empapada bajo pequenias techumbres callejeras, junto a otros transeuntes.
Limpieza de agua.

Descubrir muy pocas de las infinitas capas que parecen conformar Bangkok.
Los budas, gigantes, miniaturizados, casi siempre dorados. De pie, recostados, sentados. Moviendo las palmas en pacificas seniales misteriosas, como senializando el camino a los turistas frustrados y jocosos montados en tuk tuks que se niegan a seguir un rumbo determinado
Los mercados. Galpones sombreados donde se acuclillan los pacientes trabajadores pelando toneladas de ajos. Olor a lemongrass, a gengibre, galangal, hojas de kafir, arroz al vapor que surge en cada esquina.
Senioras con sombreros como platos de fruta vendiendo flores y pescados desde sus puestos flotantes. Mercados en barquito a traves de los vecindarios de canales donde las casas acumulan todo tipo de cosas. No hay espacio vacio, y a la vez se puede respirar tanto.
Mercados enormes, acertijos de ropa linda, telas coloridas, adornos, estatuillas,bolsas.
Y el mercado nocturno. Insectos fritos. Acrobatas vaginales...






















Emprender camino serpenteando el tren hacia el norte, mas selvatico y tranquilo.
Chiang Mai. Ciudad vieja llena de templos blancos, dorados. Elefantes y monos arrodillados en forenda a budas ecuanimes. Escaleras escondiendo horizontes espirituales, demarcadas por serpientes, que escupen otras serpientes, de siete cabezas.
A jugar en las cascadas con Raul. Descubriendo rincones ergonomicos, rocas lijadas perfectas para masajear el cuerpo entero con el agua que corre.













Y mas lejos. A Pai. Pequenio pueblo turistico-hippie, en temporada baja, con una terraza entera para mi que mira al valle con sus plantaciones de soja ya amarillas y las montanias altas que se esconden timidas tras los faldones de nubes.
Explorando bosques de piedra y vertientes calidas con Manosh, el eterno flautista hippie que toma shots de pasto de desayuno.











Y mas adentro en la selva, al tan esperado monasterio, Wat Tam Wua. Donde te reciben con una sonrisa y rapido te sumas al mundo monastico, con la ropa blanca, las campanas que marcan el tiempo.
Desayuno a las 7, almuerzo a las 11. Arroz y curry y coco y frutas maravillosas y refrescantes.
Meditar, sentados, caminando, recostados. Desafiar la concepcion del ego mientras mas de un mosquito te chupa la sangre.
Respirar profundo dentro de las cuevas profundas que replican (o es uno el que replica?) los latidos del corazon.
Conversaciones pausadas y risuenias con tantas buenas gentes que van de mundo en mundo buscando sanar y amar.












Respirar. Al fin.


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