Ya casi tres semanas en tierras Turcas.
El tiempo ha volado entre ruinas licias, fértiles valles, almendros.
Fue extraño ingresar a este país con un idioma totalmente diferente, con minaretes que marcan el paso del tiempo. Pero al mismo tiempo siento algo hogareño acá, quizás esas pequeñas contradicciones, como pasar de un bus lujoso a uno en el que se debe viajar parado y agacharse cuando pasa la policía.
Quizás es que ya me estoy acostumbrando a lo nuevo y, de cierta forma, deja de serlo.
En fin.
La mayor parte del tiempo la pasé trabajando en una finca orgánica.
Pero antes de eso hice algo de turismo.
Primero algunos días en Pamukkale, la ciudad de algodón. Enormidad de Hierápolis con sus tumbas que parecen barcos para navegar la eternidad y su gran oreja anfiteatresca. Todo enmarcado por las extrañas terrazas de cal de donde brotan lagunas turquesas.
Hicimos un excelente paseo en kayak sobre Simena, ciudad que fue mayormente sumergida en dos terremotos. De descansado no tuvo nada. Jamás había luchado tanto con el viento. Pero gracias a la remada sincrónica con Kendra logramos sobrevivirlo.
Más y más tumbas por doquier. Pareciera como si la cultura Licia hubiera dedicado su vida a la exaltación de la muerte.
El tiempo ha volado entre ruinas licias, fértiles valles, almendros.
Fue extraño ingresar a este país con un idioma totalmente diferente, con minaretes que marcan el paso del tiempo. Pero al mismo tiempo siento algo hogareño acá, quizás esas pequeñas contradicciones, como pasar de un bus lujoso a uno en el que se debe viajar parado y agacharse cuando pasa la policía.
Quizás es que ya me estoy acostumbrando a lo nuevo y, de cierta forma, deja de serlo.
En fin.
La mayor parte del tiempo la pasé trabajando en una finca orgánica.
Pero antes de eso hice algo de turismo.
Primero algunos días en Pamukkale, la ciudad de algodón. Enormidad de Hierápolis con sus tumbas que parecen barcos para navegar la eternidad y su gran oreja anfiteatresca. Todo enmarcado por las extrañas terrazas de cal de donde brotan lagunas turquesas.
También algo de caminar por la Ruta Licia (que comprende la mayor parte de la costa del Mediterráneo).
Desde Fethiye visite la aldea abandonada de Kayakoi donde, como en todas partes, flamea la orgullosa bandera turca, incluso sobre las casas abandonadas y sin techo que los griegos dejaron después de la guerra, alrededor de 1920.
Poseída por la musa de la caminata continué sobre las montañas hasta la playa Oludeniz. Esta solía ser una de las playas más hermosas del Mediterraneo. Ahora es un commodity más lleno de rejas y música pop, donde te intentan cobrar por meter las patitas al agua.
Ay, cómo duele a veces el turismo.
A veces siento que mi, nuestro transitar por estos recónditos lugares, los deja sucios, por siempre desnudos e indefensos a la explotación.
Y luego a trabajar! A trabajar muchísimo, quizás más de 7 horas al día.
Despertar cada mañana tipo 6.30 para barrer/ordenar. A las 7 una buena hora de yoga. Luego a preparar el desayuno. Luego a abordar la camioneta cargada de unos 600 litros de agua al campo lleno de almendros. Cargar bidones de 20 kilos por doquier. Limpiar rocotas llenas de cuarzos, hogares de escorpiones.
Volver a almorzar y llenar esos 600 litros de agua. Par de horas de descanso y luego vuelta a la carga...
La granja, Eflatun, es el sueño viviente de Aydin junto a su esposa Ebru y el pequeño Ata.
Incontables voluntarios han dejado su huella ahí. Cuando llegué eramos alrededor de 10. Cuando me fui éramos unos 6, un grupo diferente.
No fue una etapa fácil. La vida de campo es básicamente trabajar, comer y dormir. Aparte de eso está el desafío de lidiar con las diversas personalidades. En este caso más bien la de Aydin que, teniendo un foco claro, era bastante acelerado para trabajar y gustaba de gritar órdenes por doquier.
Por suerte el grupo de voluntarios estuvo genial. Cantamos y reímos entre roca y roca, nos pegamos un par de caminatas paseos (en vez de descansar en el par de días libres) y por supuesto una noche de copas en la ciudad con natación nocturna bajo la luna llena incluída.
Hicimos un excelente paseo en kayak sobre Simena, ciudad que fue mayormente sumergida en dos terremotos. De descansado no tuvo nada. Jamás había luchado tanto con el viento. Pero gracias a la remada sincrónica con Kendra logramos sobrevivirlo.
Más y más tumbas por doquier. Pareciera como si la cultura Licia hubiera dedicado su vida a la exaltación de la muerte.
Los vecinos de la aldea nos trataban muy bien, siempre regalándonos sus deliciosas frutas e invitándonos a comer si nos veían por ahí.
Es una realidad que en Turquía, al menos en pueblos pequeños, no es necesario comprar comida, pues siempre alguien te invitará a su mesa, o falta de ella.
Los vecinos también encontraron mi i-pod caído en la calle, y de alguna manera lo hicieron llegar a mis manos. Milagroso y hermoso.
Una visita de despedida a la cultura Licia en las geniales ruinas de Myra cerca de Demre (donde nació el verdadero, el real, papá noel).
Rostros por doquier.
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