Un mes entero viajando con mi querida Clarita!
Absoluto cambio de ritmo de la cotidianidad pausada del curso de yoga al saltar turisteando por la India festivalera.
Nos juntamos en Delhi, sin dejar de hablar hasta encontrarnos luego de un año de mucho trabajo para ella y uno de mucho viaje para mí.
Navegamos la ciudad contaminadísima para conocer el gran Templo de Loto de los Bahai, la Galería de Arte.
Tuk tuks y caminata por doquier. Constante sonido de fondo: Bocinazos y gargajos de todo tipo.
Traqueteante bus a Agra para eecantarse con las construcciones humanas en el Taj Mahal.
Admirar esa arquitectura delicada mientras montonadas de familias indias se nos acercaban para sacarse fotos con nosotras, "Can we have a snap?". Jamas habiámosnos sentido tan famosas.
La fotografía como puerta al encuentro de culturas, ¿o como asesinato del alma?
Tren lleno, repleto, hasta el techo de gente! Camino a Pushkar en Rajasthan. Tiempo de festivales.
En Pushkar la feria de camellos que levantaban polvo haciendo desaparecer este desierto donde el dios Brahma creó el mundo.
Dormirse entre cánticos y petardos, despertar a la entonación unísona de los krishnas y los musulmanes.
Cada árbol, cada rincón, todo es un templo sagrado.
Pero para los monos nada es sagrado, así que irrespetuosos nos quitan los plátanos de desayuno. Yo huyo asustada. Clarita defiende su comida enojada.
Rajastán es todo colores, capas de saris polvorientos escondiendo variedad de bocinas, dulces tan dulces, saludos de todo ser callejero, templos de ratas orgiásticas y sagradas.
Una familia que nos recibe de brazos abiertos en su cuarto único.
Y mucho resfriado!
Entre masala chais (se necesitan grandes cantidades de azúcar para sobrevivir) nos encaminamos a Punjab. Amritsar, el Templo Dorado, el templo más grande de los Sikh.
Aprender más y más de la historia sangrienta de este país y de su majamama de culturas y religiones convivientes.
Aquí los Sikh reciben generosos a todo peregrino. Comida y alojamiento gratis. Una máquina que prepara 6000 chapatis al día! Descubriendo el templo con el gran Muki Muki nuestro nuevo amigo.
Y luego a las faldas de los Himalayas. Aire puro y también frío. McLeod Ganj, hogar del Dalai Lama sobre cuyos hombros descansan (¿descansan?) todas las esperanzas del pubelo Tibetano. Más aprender de la dura lucha de este pueblo desplazado que dentro de su acercamiento pacífico no puede más que incendiarse a sí mismo ante la represión y violencia de China.
Nuestra última noche en cucharita en una carpa a casi 3000 metros de altura, tan cerquita de la nieve. Los Himalayas llaman a internarse y perderse en sus sombras rugosas amarillas, naranjas y azules. A encontrar babas sagrados que meditan desnudos en las cavernas.
Y ahora Clarita partió en camino a la querida Nueva Zelanda. Te extrañaré mi valiente genial hermana!
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